El necesario debate de ideas en la derecha española

El necesario debate de ideas en la derecha española

El panorama que ofrece la derecha española (o el centroderecha, si lo prefieren) es de una aterradora ausencia de debate de ideas. Lo vimos en las primarias para elegir al líder del partido que lleva décadas recogiendo los votos de quienes se consideran de derechas. El baile frívolo y sin fundamento de etiquetas ideológicas, la asunción del consenso como máxima aspiración y la inconcreción de las propuestas fueron el escenario en que se desarrolló el pasado Congreso del PP.

El reciente libro de Francisco José Contreras, Una defensa del liberalismo conservador, se sitúa en las antípodas de este triste clima intelectual y presenta una vibrante apología de esa familia de pensamiento, clave para comprender el mundo en que vivimos. Y lo hace con argumentos, bien documentados por numerosas citas, para demostrar que el liberalismo fue, en su origen y en sus desarrollos más conseguidos, netamente conservador, en lo que es una explícita censura al libertarianismo, al que califica como un liberalismo simplista y autodestructivo.

De hecho, ése es el título del primer capítulo en el que Contreras señala lo que va a ser una constante en su libro: “La sostenibilidad de la libertad requiere una ecología moral”, un sustrato que los liberales clásicos concibieron como dado pero que, en realidad, es un delicado equilibrio que el liberalismo no sólo no es capaz de reproducir espontáneamente sino que, al contrario, socava.

El segundo capítulo está dedicado a demostrar que los padres del liberalismo fueron conservadores, fijándose el autor de modo especial en Locke, Montesquieu y Adam Smith. Contreras se detiene en la influencia del teísmo de Locke, que impregna toda su obra (aunque su negación de una ley natural inscrita en la naturaleza humana que, en una primera lectura podría parecer mas “religiosa” que el mismo santo Tomás, abre peligrosamente la puerta, como el propio autor señala más adelante, a una concepción voluntarista de la moral), la importancia de la virtud en Montesquieu y la presunción en Smith de un orden moral previo a todo orden económico capitalista. En este cuadro de ideas, es Stuart Mill quien se desvía del recto camino, abrazando una libertad que es fin en sí misma y que ha perdido de vista hacia dónde vale la pena dirigirse.

El tercer capítulo está dedicado a la experiencia estadounidense, el caso más conseguido de aplicación de los principios liberal-conservadores, y el cuarto está dedicado a analizar la pretensión de Hayek de que él no era conservador (en realidad, como bien señala Contreras, tampoco se sentía cómodo con la etiqueta “liberal” y prefería calificarse como un “viejo whig”, lo que tiene la ventaja de que no se sabe en qué consiste exactamente eso). En mi opinión Contreras sale airoso y demuestra que Hayek hizo trampa, creando una caricatura de lo conservador para así poder criticarlo a placer (una tentación, por otra parte, que acecha por doquier: por poner otro ejemplo, el tradicionalismo absolutamente inmovilista no refleja la realidad de unos defensores de la tradición que es, por definición, dinámica).

Contreras propugna lo que califica de “liberalismo perfeccionista”, un liberalismo consciente de su gen autodestructivo y que asume que el mero repliegue del Estado, abogado por el liberalismo simplista, es incapaz de regenerar lo que el Estado ha destruido. Acaba el autor llamando la atención sobre el ámbito más crucial: nuestra concepción antropológica y metafísica. Así, las concepciones materialistas más extendidas hoy en día exaltan, por una parte, la libertad del individuo, al tiempo que lo conciben esclavo de un determinismo psicológico; una contradicción evidente que Chesterton, nos recuerda Contreras, ya vislumbró: “Lo que se llamó librepensamiento ha terminado por amenazar todo lo que es libre. Niega la libertad personal al negar la libre voluntad y la capacidad de elección del hombre”.

El libro, ya lo ven, aporta abundante material para el debate, ese debate de ideas que, decíamos al principio, echamos tanto de menos. Un debate que resulta más constructivo cuando se centra justo en eso, en ideas, más que en etiquetas (que a menudo significan cosas diferentes para los distintos interlocutores: soy consciente de que las etiquetas son probablemente imposibles de evitar, pero he experimentado su poder para bloquear una discusión).

Quizás por ello mismo, creo que lo más relevante de este libro no es si debe prevalecer una etiqueta sobre otra, sino una serie de ideas de innegable importancia: qué concepto de libertad tenemos, si somos conscientes del germen autodestructivo consustancial al Estado liberal o de la función pedagógica de la ley. O también que frente al disparate libertario es necesario recuperar el sentido común: “Un útero no es lo mismo que un piso, un matrimonio no es lo mismo que un contrato laboral”, recuerda Contreras.

O la imposibilidad de la neutralidad del Estado, que inevitablemente inculca una carga valorativa (“no existen políticas sociales o acciones estatales valorativamente neutras”, escribía Gertrude Himmelfarb en una preclara cita recogida en el libro). Ideas, las que expone Francisco José Contreras, que resulta crucial abordar para encarrilar un futuro que no llama precisamente al optimismo. Ojalá este libro ayude a abrir el debate que necesitamos.

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