Marx, Martin y Longenecker sobre las mujeres dando sermones en misa

Marx, Martin y Longenecker sobre las mujeres dando sermones en misa

Por un lado el cardenal Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, declaraba lo siguiente: «¿Solo el sacerdote puede predicar la homilía? Es necesario evolucionar». En un primer momento pensé que sería la reacción del cardenal Marx a los catastróficos datos de la Iglesia en Alemania (justo el día antes había aparecido la noticia de que “el número de personas que abandonaron la Iglesia Católica en Alemania aumenta dramáticamente: 216.078 personas, casi un 30% más que año anterior (167.504) y la segunda mayor caída desde el final de la Segunda Guerra Mundial (en 2014 fueron 217.716)”. Uno ya casi no se sorprende ante nada, ni siquiera ante cardenales que creen que poner a no sé quién a dar sermones insuflará nueva vitalidad a la Iglesia.

Pronto me percaté de que no era una ocurrencia del cardenal Marx, sino de que sus declaraciones eran parte de una campaña bien orquestada, liderada por la revista de los jesuitas en Estados Unidos, America, y el P. James Martin, S.J., que ahora se dedican a promover que las mujeres prediquen las homilías en la Santa Misa.

Qué cansino, qué banal, qué penoso es todo esto. Y cómo se parecen a aquellos cristianos, mundanos e incapaces, que entre gritos de júbilo van aceptando las propuestas con las que el Anticristo los seduce en el espléndido y cada vez más profético Relato del Anticristo de Vladimir Soloviev. Confieso que estas campañas, a estas alturas, me producen tal repulsión que evito entrar en detalles. Había descartado, pues, dedicarle más tiempo a algo que me produce un hondo malestar.

Pero entonces apareció el artículo de Longenecker sobre Jame Martin. Y lo leí. Y una vez más me pareció esclarecedor y pensé que sería bueno compartirlo con ustedes. Para ponerles en contexto, el P. James Martin S.J. había lanzado dos tuits, a propósito del artículo publicado en la revista America en la que una mujer llamada Jean Molesky-Poz explicaba cómo solía predicar las homilías en la misa hasta que se lo prohibieran y hacía las siguientes afirmaciones al respecto:

Me sorprende que las mujeres no puedan predicar en la misa. Tanto los fieles durante la misa como quienes la presiden se están perdiendo la sabiduría, la experiencia y las inspiradas reflexiones de la mitad de sus miembros”.

Piensa en esto. Mujeres con doctorado en teología. Monjas católicas con décadas de experiencia. Mujeres directoras espirituales. Escritoras. Madres. Médicos. Abogadas. Maestras. Abuelas. Mujeres que trabajan con los pobres y marginados. Y así sucesivamente. La Iglesia necesita sus voces en la misa”.

El P. Dwight Longenecker reaccionaba así a estas afirmaciones de Martin:

“Desgraciadamente, el padre James Martin lo ha vuelto a hacer, subvirtiendo sutilmente la fe católica con su característica espiritualidad edulcorada.

Primero analicemos lo que parece ser una restricción de predicar en misa aplicable a las mujeres. De hecho, no estamos ante ninguna restricción para las mujeres. Estamos ante una restricción para todos los laicos, que no pueden predicar en la misa. Una vez más el P. Martin mezcla sentimentalidad (¡es tan mezquino y antipático tratar a las mujeres así!) no con una mentira como tal, sino sesgando deshonestamente la verdad al poner un énfasis intencionalmente incorrecto. La restricción no es contra las mujeres, ni es tampoco un agravio contra los laicos. Por el contrario, promueve la adecuada distinción entre los ordenados y los no ordenados dentro del ministerio y la liturgia de la Iglesia.

Es una verdad simple de la eclesiología católica que quien ha sido ordenado está configurado con Cristo de una manera única. El sacerdote está configurado con el ministerio sacerdotal de Cristo y el diácono con el ministerio de servicio de Cristo. Dentro de la liturgia, este carisma único se revela a través de las funciones reservadas a los ordenados. En la liturgia, el sacerdote y el diácono realizan el signo sacramental de Cristo, sacerdote y siervo. Es muy sencillo. Los laicos no pueden hacerlo porque no han sido ordenados.

Esta distinción entre los laicos y el clero es parte de la enseñanza y la tradición católica desde el principio, cuando fueron llamados los apóstoles. El padre Martin lo sabe, o al menos debería saberlo, y pasar de puntillas sobre esta verdad con su mezcla única de sentimentalismo y subterfugio indica que o bien está muy mal formado en la fe católica (pero ¿cómo podría ser eso cierto cuando es un jesuita, una de las órdenes religiosas con mayor formación?), o bien está siendo intencionadamente falso y subversivo.

El segundo punto está relacionado con el primero. La distinción entre el clero y los laicos no existe para oprimir a los laicos, sino para su beneficio. Los laicos participan en el ministerio sacerdotal en virtud de su bautismo. San Pedro enseña que somos un “pueblo elegido, un sacerdocio real” (I Pe 2:9). Pero los laicos comparten ese sacerdocio real como laicos y no como personas ordenadas. Esto es vital porque los laicos “ofrecen sus cuerpos como sacrificio vivo” (Rom 12: 1). Pueden ser sacerdotes en el mundo de maneras que el clero no puede, y ese es su poder y gloria. Cuando las distinciones entre el clero y los laicos son borrosas, son la función y el ministerio en el mundo propios de los laicos los que se debilitan y frustran.

Relacionado con este mismo punto está el problema del clericalismo. La Iglesia ya es demasiado clerical, y cuando los laicos comiencen a predicar en la misa se estará dando el mensaje de que “no eres realmente un católico importante si no te subes al púlpito”. Y éste  es uno de los principales problemas que afectan a la Iglesia hoy en día. Dar a los laicos una función sacerdotal exacerba ese problema. Por lo tanto, denigra y subestima la verdadera gloria del trabajo de los laicos en el mundo.

Pasemos al tercer punto. Las mujeres, al igual que cualquier laico, no pueden predicar en la misa. ¿Pero tienen prohibido enseñar la fe? De ningún modo. Las mujeres predicadoras y maestras han estado activas en la Iglesia desde los tiempos del Nuevo Testamento. Priscila y su esposo Aquila eran maestros de la fe y amigos de San Pablo. La historia de la Iglesia está repleta de mujeres inteligentes, luchadoras y bien educadas que fueron líderes y maestras. Santa Teresa de Lisieux, Santa Edith Stein, Santa Catalina de Siena, Santa Brígida de Suecia, Juliana de Norwich, Santa Hildegarda de Bingen, Santa Teresa de Ávila, todas fueron grandes maestras y líderes y algunas son doctoras de la Iglesia.

En nuestros días hay muchas mujeres que enseñan la fe y predican con gran celo y pasión. Johnette Benkovic es una poderosa evangelizadora. La Madre Angélica formó una red de televisión internacional para predicar y enseñar. Jennifer Fulweiler y Teresa Tomeo son inteligentes, articuladas y buenas conocedoras de los medios de comunicación. Otras son bloggers, presentadoras de radio, podcasters y escritoras. Abby Johnson, Lila Rose y otras han creado una plataforma internacional pro vida para predicar y enseñar. Otras mujeres son destacadas académicas, maestras, teólogas y filósofas.

Nadie prohíbe a las mujeres predicar y enseñar.

Seamos completamente honestos y acabemos con este jaleo.

Los tuits quejumbrosos del padre Martin no son más que su habitual acoso llorón. Él, y otros como él, quieren mujeres sacerdotes y continuarán usando cualquier artículo empalagoso, tuit, publicación de Facebook y presiones tras los bastidores para salirse con la suya.

¿Cómo debemos responder a esto? Detectando las sutiles mentiras como lo que son, denunciándolas y siguiendo siendo católicos fieles.”

 

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