¿Políticas de identidad? Son consecuencia de la revolución sexual

Mary Eberstadt sigue, en su libro Gritos primigenios, sus investigaciones sobre el tabú que ha construido nuestra época: la revolución sexual, esto es, el acceso generalizado a la píldora contraceptiva y sus consecuencias. Una revolución omnipresente, que silenciosamente nos rodea y determina el tipo de sociedad en que vivimos, pero del que casi nadie habla. Ni políticos, ni pensadores, ni periodistas, ni siquiera la inmensa mayoría de los obispos. Cualquier cuestionamiento de la revolución sexual se considera de mal gusto, divisivo, algo en lo que mejor no entrar. Vamos, un tabú de los de toda la vida.

Pero, insiste desde hace décadas Eberstadt, las consecuencias de la revolución sexual conforman nuestro mundo con una fuerza mayor a la de cualquier otro fenómeno social. En esta ocasión, su tesis es que las políticas de identidad que configuran los debates políticos contemporáneos son también consecuencia de la revolución sexual. Consciente de las precauciones o incluso del rechazo a pensar acerca de esto, Eberstadt nos pide que aparquemos nuestros prejuicios y que nos enfrentemos a los desnudos hechos. ¿Me estás diciendo que hay que volver a la situación previa al acceso masivo a la píldora? Para nada, responde Eberstadt, yo no digo ni eso ni lo contrario, me limito a constatar los efectos y llamar la atención sobre su impacto social. Con eso me conformo.

¿Qué entendemos por políticas de identidad? Es el enfoque político por el que los deseos y la agenda política de cada individuo se configuran según los deseos y la agenda política de la fracción agraviada de la sociedad con la que uno se identifica con mayor intensidad (mujer, negro, latino, homosexual, pero también habitante de la España despoblada, discriminado digital o lo que se nos ocurra). El concepto de ciudadanía es sustituido así por el de victimización. Hay que conseguir encajar a  toda costa en alguna «fracción agraviada», lo que nos permitirá detentar aquello más preciado en el juego político actual: la condición de víctima. Con un corolario necesario: no hay víctima sin opresor, por lo que hay que encontrar a toda costa a esos opresores, que pasan a ser considerados, en el mejor de los casos, ciudadanos de segunda, en el peor (pero más lógico y consistente), enemigos que deben ser neutralizados por la intimidación, el escarnio público o el peso de la ley. Un programa que vemos desplegarse ante nuestros ojos y que es algo nuevo, probablemente la novedad con mayor repercusión de nuestra época.

Por otro lado, ahora que ya ha pasado suficiente tiempo para disponer de datos contrastados, ¿qué consecuencias sociales podemos afirmar que ha tenido la revolución sexual? ¿Qué impacto en nuestras vidas ha tenido el shock tecnológico provocado por el acceso generalizado a la píldora? Eberstadt recupera sus antiguos trabajos y enumera los más evidentes, aportando numerosos datos estadísticos: reducción del tamaño del núcleo familiar, ruptura y desintegración de numerosas familias, aumento de las tasas de aborto

¿Cómo se relacionan ambos fenómenos?

En síntesis: todos los seres humanos necesitamos respondernos a las preguntas «¿Quién soy?» y «¿Para qué soy?». Así definimos nuestra identidad, sin la cual vamos perdidos por la vida. Pero la revolución sexual y su impacto han destruido para la mayoría el recurso al modo tradicional de responder a estas interrogaciones y también las formas de socialización que nos ayudaban a encontrar respuesta a esas respuestas. De este modo, millones de personas desorientadas, incapaces de definir su identidad de modo natural, se agarran a las políticas de identidad a la desesperada, viendo en ellas el único modo de encontrar un lugar en el mundo que ya no son capaces de encontrar sin caer en la dialéctica víctima-opresor.

De entre los muchos datos que aporta Eberstadt, me han llamado la atención algunos muy significativos. Por ejemplo, la tasa de natalidad fuera del matrimonio en la comunidad afroamericana estadounidense. En 1965, cuando entre los blancos esa tasa era del 3,1%, entre los negros ya era del 24%, pero es que en 1977 superó ya el 50%. En 2011 alcanzó el 72% y en 2015, el 77%. Es decir, 8 de cada diez niños negros nacen fuera del matrimonio y la inmensa mayoría de ellos nunca tendrá la experiencia de vivir junto a su padre. ¿Aún quieren investigar más sobre por qué los negros estadounidenses están sumidos en tantos y tan graves problemas?

Eberstadt también hace referencia a un artículo suyo, publicado hace más de una década en Policy Review, titulado «Eminem is right», en el que analiza las letras de numerosas canciones populares que hacen referencia a la ausencia de la figura paterna. Desde entonces, el recurso a donantes anónimos y ahora a los vientres de alquiler no han hecho más que intensificar la tendencia. En esto, los éxitos de la música pop reflejan los miedos en que viven sumidos los jóvenes.

El aumento del divorcio, de las familias monoparentales, la ausencia cada vez más frecuente de hermanos (que implica que no hay una experiencia de convivencia cotidiana durante la infancia con un par del sexo opuesto)… son rasgos de la explosión de las familias causada por la revolución sexual. De este modo, se ha interrumpido de forma masiva la transmisión, el aprendizaje que se desarrollaba en el seno de la familia.

A propósito del movimiento #MeToo, escribe Eberstadt que la crisis de la familia ha llevado a «un fracaso masivo de muchísimos hombres y mujeres en el aprendizaje de los hechos más básicos sobre sí mismos y sobre el sexo opuesto… Muchos hombres han asumido que las mujeres siempre están sexualmente disponibles. Esto es algo que solo la píldora y las técnicas semejantes pueden haber hecho posible». Se completa el panorama con la constatación de que, para muchos, el aprendizaje social sobre el sexo opuesto se produce a través de la cada vez más accesible pornografía. Y añade, «muchas mujeres parecen no haber recibido jamás las lecciones de protección más básicas, como la de no entrar en la habitación de un hombre por la noche».

Son todos aspectos de un fenómeno que hace imposible para cada vez más personas acceder a una respuesta clara a la pregunta que está en el núcleo de las políticas de identidad: «¿Quién soy yo?». En palabras de Eberstadt, «muchas personas no tienen experiencia de algo que le ha pertenecido a la humanidad a lo largo de la historia: un círculo confiable de rostros, muchos de ellos biológicamente relacionados, presentes de manera más o menos constante, desde las primeras etapas de la vida y la adolescencia hasta mucho después». Para quienes han perdido esos referentes y tienen dificultades para saber quiénes son, las políticas de identidad son vistas como un modo de ubicarse socialmente y como una estrategia de supervivencia en un mundo en el que las protecciones naturales se han difuminado, cuando no han desaparecido.

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