Mary Wollstonecraft: el homenaje más horrendo a un icono feminista

Mary Wollstonecraft: el homenaje más horrendo a un icono feminista

Lo políticamente correcto, dejado a su propia lógica, no puede sino acabar en el más estrepitoso ridículo, algo que James Finn Garner puso de manifiesto hace ya un cuarto de siglo con sus Cuentos infantiles políticamente correctos. En esta ocasión, la damnificada ha sido Mary Wollstonecraft y el ridículo ha sido tan grande que incluso los habituales defensores se han desmarcado del asunto.

La idea era erigir un monumento a Mary Wollstonecraft en Islington, en el norte de Londres. La considerada como precursora del feminismo (y madre de Mary Shelley) iba, de este modo, a corregir un poco el desequilibrio entre estatuas de hombres y mujeres en la capital inglesa, donde parece ser que hay solamente un 10% de estatuas dedicadas a mujeres (sí, hay gente que se dedica a contar este tipo de cosas).

Para decidir el proyecto ganador se convocó un concurso en el que quedaron finalistas Maggi Hambling y Martin Jennings. Hambling había conseguido una efímera y escandalosa fama hace unos años con una estatua de Oscar Wilde que, en palabras de la crítica de arte del Spectator, Kristina Murkett, mostraba «una horrible figura de Medusa con pelos como macarrones atrapada en un sarcófago».

Su proyectada estatua en honor de Wollstonecraft, si bien menos lúgubre, prometía iguales dosis de feísmo kitsch. La propuesta de Jennings, por su parte, quizás no pueda calificarse como sublime, pero en su sobriedad y corrección proponía algo que cualquier viandante comprendería, sin mayor esfuerzo, que era un recuerdo en honor de la homenajeada.

La decisión era obvia… pero no por los méritos artísticos o funcionales de cada una de las propuestas, sino por algo previo y mucho más sencillo. Era o Maggi o Martin. El resultado estaba decidido de antemano. Poco importaba que lo de Maggi fuera un espanto… Tampoco hubiera ganado Martin de ser un Miguel Ángel reencarnado. En nuestra época de políticas de identidad, estaba escrito desde antes mismo de la convocatoria que la ganadora iba a ser una mujer.

Lo que probablemente no esperaban era algo tan horrendo, recurriendo una vez más a Murket: «Este monumento a la ‘madre del feminismo’ es más arte púbico que arte público: una mujer diminuta y desnuda, metiendo barriga y mostrando un exuberante vello púbico, encima de un extraño remolino de materia orgánica». Y más adelante no duda en calificar la estatuilla como una «barbie de tetas plateadas».

Tan fea es que ha provocado un unánime rechazo (incluyendo a muchas feministas). Desde un punto de vista estético, las críticas han ido desde Jerry Saltz, quien ha calificado la estatua como el adorno de la capota de un Rolls-Royce, a Laura Freeman, que ha hablado de «baratija de chimenea plateada» y «remolino de metal con el carisma visual de un pomo de puerta».

La defensa que Maggi Hambling ha argumentado no ha hecho más que empeorar las cosas. No me habéis entendido, incultos, la estatua no representa a Wollstonecraft, sino que es un homenaje a su espíritu, ha replicado la «artista». Pero Maggi, le han replicado, parece que no tienes ni idea de lo que es ese supuesto «espíritu de Wollstonecraft»: la decisión de proponer una figura desnuda sería más bien una especie de insulto a la propia Wollstonecraft, quien dedicó precisamente un capítulo completo de su Vindicación de los Derechos de la Mujer a argumentar que la inteligencia de las mujeres debería de ser más representativa de ellas que sus cuerpos. ¿Alguien se imagina una estatua en homenaje a Shakespeare, a Hobbes, a Churchill… consistente en un señor en pelota picada? ¿No es el recurso, a estas alturas banal y poco imaginativo, a una mujer desnuda un modo de despreciar a las mujeres?

Insistiendo en su defensa, Hambling ha declarado que «la clave es que tiene que estar desnuda porque la ropa define a la gente. Todos sabemos que la ropa es limitante y mi figura representa a cualquier mujer. En mi opinión, tiene la forma que más o menos todas querríamos tener». Murkett replica: «¿Puede alguien verse reflejada (excepto quizás una instagramer dedicada al fitness) en esa especie de tótem tonificado? Es bueno saber que aunque esta ‘mujer común’ no sea ilustrativa de la contribución de Wollstonecraft a la sociedad, al menos tiene un cuerpazo listo para ser lucido en la playa». Por no hablar de eso de que la ropa nos limita (también a la pobre Hambling, que en las fotos que se encuentran en internet aparece muy vestida, o sea, muy limitadita): ¿es que nadie le ha explicado que la vestimenta es también una forma de expresarnos, no menos limitante que, por ejemplo, el lenguaje?

En cualquier caso, y pasada la polémica, las gentes del barrio pasarán de largo sin dedicarle ni una mirada y los eventuales turistas acelerarán el paso para dejar atrás ese monumento al feísmo kitsch pero muy políticamente correcto. Desde luego nadie recordará a la pobre Mary Wolffstonecraft al contemplar esa figurilla desnuda, a no ser algún colegio despistado en visita cultural más interesado en el pícnic en algún parque del barrio. Incluso es de esperar que proliferen pintadas obscenas y que se convierta en parada obligada de despedidas de solteros del lugar. Es lo que ocurre cuando prima la identidad sobre los méritos.

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