La tecnocracia no existe

La idea de la tecnocracia es antigua: un gobierno de técnicos neutros capaces de hacer funcionar el Estado sin meterse en cuestiones de mayor calado. Estamos asistiendo al enésimo resurgir de la idea tecnocrática, en cuyo nombre, por ejemplo, se justificó el gobierno Monti en Italia. Pero el problema de la tecnocracia es que no es posible, porque en política es imposible gobernar exclusivamente como si se manejara un mecanismo, siempre hay decisiones de calado moral, propiamente político, que son inevitables (esto no significa que no debamos exigir servidores públicos honrados y eficaces en vez de sinvergüenzas e incompetentes, como ha sido práctica común recientemente).

Pues bien, ya ha llegado la confirmación de que la tecnocracia no existe. Y precisamente desde Italia, desde el gobierno Monti. Ese gobierno urdido por el comunista Napolitano (algo podían haber sospechado) y recibido con aplausos por gran parte de los medios católicos italianos, probablemente porque incorporaba en un puesto menor (ministro sin cartera para la cooperación internacional) a Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio. Ahora la ministra de Trabajo y Política Social, Elsa Fornero, aquella que se puso a llorar cuando anunció que congelaba las pensiones, al exponer su programa para la igualdad de oportunidades, ha declarado que Italia debe “superar retardos culturales enormes” respecto a la valoración de la homosexualidad y que ya ha hablado con el ministro de Educación, Francesco Profumo, para que esos valores sean enseñados en las escuelas desde la más tierna edad.

O sea, que acaban de descubrir las bondades de una buena Educación para la Ciudadanía que adoctrine a los niños en la ideología de género. El objetivo de la Fornero no es, pues, evitar discriminaciones en el acceso al trabajo, sino cambiar la mentalidad y las creencias de los italianos, sujetos maleables en manos del Estado.

¡Suerte que eran tecnócratas que sólo se iban a ocupar de la economía!